Lunes por la mañana. Me levanto y tengo frío. El frío se mete hasta en las piernas. El frío duele.
Luego caigo. Recuerdo que el frío solo es una ausencia. Como la mía allí. Como la tuya aquí. Pero si me paso a tu religión: que el frío- o la ausencia- no existe, todo parece un poco más fácil. Que estamos el uno en el otro termina de convencerme del todo. Compartimos demasiado como para no sentir el calor. El de tu cálida sonrisa.
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