Pues ayer al ir a aquagym empecé a notar que al cielo se le caía una minúscula e intermitente, pero perceptible, caspilla. ¿Será esto nieve? Efectivamente, era el chispeo de antes de la tormenta. Ya me lo había dicho a mí mi compañero en el cine: "pues la semana que viene nieva". Yo no me lo quería creer.
Al principio intenté hacerle fotos a los copos cayendo: imposible con un móvil. Luego, después de envolverme en ropa salí a la calle y me pasó que no sabía qué hacer. Como nunca había visto nevar, me preguntaba ¿y en estos casos... se abre el paraguas, te pones el gorro o la capucha del chaquetón? Resolví que después de un rato a cuerpo descubierto ya era hora de hacer uso de mi paraguas mágico, la verdad. Tenía clase de inglés y C. me había llamado diciendo que ellos no iban a ir, que se quedarían en una cafetería tomando algo caliente y disfrutando del paisaje de afuera. Con un gran esfuerzo de voluntad y resistiéndome a mis impulsos fui a la clase pero parece ser que el destino estaba porque me tomara un chocolate caliente. S., mi profesor, me dijo que había cometido un error al planear la siguiente clase igualita a la del viernes pasado en la que estuve, así que si me apetecía me podía ir, que él contaría como que yo había estado presente. Bueno, no veas qué alegría.
El resto de la tarde se resume en un poco de ruso y una intrépida huida en la feroz guerra de las bolas de nieve.
Y esta era la cafetería a la que fuimos (la parte de afuera, claro).
Chococookies, moccas y chocoreo, una barbaridad.
Nevaban plumas y los verdes patios de la François Rabelais se blanquearon.
En estos bancos de la Facultad, que fue donde nos encontrábamos cuando la nieve empezó a cuajar, escribimos, en honor a L., un gran "SE MERESE".