Estocolmo es una ciudad formada por islas que flotan en el lago Mälaren y el mar Báltico. En marzo, el sol se pone sobre las cinco o cinco y media de la tarde, lo que no impide que a las doce brille con fuerza reflejándose en las aguas que bañan la ciudad. Tiene un aire a las ciudades de cuento que vi en el anterior viaje. Sin embargo, el cuento se combina con la innovación y las altas tecnologías. Entre puente y puente, se oye el efecto doppler de los coches que no dejan de hormiguear. ¡Menuda ciudad! Dicen, me cuentan, que es dueña y señora de la circunferencia hecha edificio más grande del mundo. Qué cosas. ¡Del mundo!, bonita etiqueta, eh. Y aunque en ese globo se hacen conciertos y espectáculos varios no entramos, no. Ya costó demasiado tomar el metro solamente (2 euros el billete sencillo si compras pack de diez). Porque cualquier país no puede presumir de contar con el copyright de IKEA y de una niña de trenzas pelirrojas pizpiretas, todo a la vez, y quedarse tan pancho, no. Que todo tiene un precio, señores. Como el de nuestro hostal, que por 20 euros la noche nos dio limpias camas y duchas, todas decoradas con su marca internacional, por supuesto. Cómodo y céntrico, el que más, y con un Lidl bien cerquita para arreglar el más mínimo desmayo. La parte práctica, tal vez, nos hubiera salido redonda del todo comprando algo así como la Carta de Estocolmo, puesto que todo cuesta y cuesta mucho, y el sumatorio de los costes puede llegar a ser mayor que el de la dichosa cartita que te permite entrar en muchos sitios "gratis" y tomar todo el transporte público que quieras también. De todos modos, a pie se hace Estocolmo. A pie y a barco. Un paseo con mantas incluidas, viento en la cara y a toda vela, le despierta el ánimo y la curiosidad hasta al más apático. Curiosidad para la que recomiendan pasearse el centro, asomarse por el fabuloso Ayuntamiento, rodear el puerto, meterse en la calle más estrecha, disfrutar de su mágica vida nocturna, de la autenticidad de sus mercados, de la puesta de sol desde lo alto de la ciudad, del hielo de los bares...
PD. ¿Preocupación por la comunicación? Ocúpense de su propio inglés y todo marchará sobre ruedas. No exagero si digo que desde el anciano al niño hablan la lengua inglesa como si de un segundo sueco se tratara.
PD2. No merece la pena entrar en el palacio real ni en el museo del Vasa ni en el parque que recrea la vida tradicional sueca.
PD3. Todo muy muy caro. La cerveza más barata, seis euros.
PD4. Volveré.
Embutida en la capa de Blanca-nieves que te dan en el bar de hielo.
Las vistas (¡gratuitas!) desde un edificio del centro
Uno de los mercados tradicionales. Todo tan bien puesto que dan ganas de comprarlo. El otro mercado, de interior, un estilo al de Cádiz, me enamoró.
A la salida del ayuntamiento esnifando lo que a mi me parecía mar. Luego dedujimos que sufrí una p.o.i. (percepción olfativa ilusoria) provocadas seguramente por mis ganas de oler a sal.
Las vistas desde esas puertas al agua se ven desde las ventanas de toda la galería del ayuntamiento. En la galería, una pared la ocupan las ventanas que dan al agua y a una parte de la ciudad; la otra, debido a la imposibilidad de adjuntar otra fila de ventanas, está pintada con el supuesto "reflejo" de lo que se ve por la fila de la izquierda. El príncipe apostaba por su labor de artista y se tomó cinco años para pintar al fresco esos motivos.
Las salas del ayuntamiento son una maravilla. Empezando por la sala azul, donde se celebra el banquete de los premios Nobel y terminando por la sala dorada. Un amplio espacio recubierto de teselas de oro con motivos más griegos que escandinavos. Criticada por ese mismo motivo, hay que decir en su defensa que esta buena y gigantesca señora representa a la ciudad de Estocolmo en cada rasgo de su ser. Por ejemplo, sus cabellos disparatados que pueden recordar a los de Medusa son símbolo de las aguas que rodean a la ciudad. Para mi gusto, una preciosidad.
Cabe mencionar que se trata de un sitio muy concurrido para casarse, puesto que solo ofrece ventajas: cualquier ciudadano del mundo, hetero u homosexual puede venir a casarse a Estocolmo completamente gratis. Eso sí, la lista de espera es de unos seis meses y las ceremonias no duran más de tres minutos.
The Globe, como el de Londres, acoge espectáculos varios.
Una noche en un pub con concierto de jazz en directo. El ambiente: muchos tipos mayores y felices, buena música, variopintos objetos colgando del techo.
Vi un carnero. Y una vaca, y un reno y un caballo de los típicos de allí. Animalejos muchos y típicos, por lo visto.
Señora con perro. Paseo matutino.
Saliendo del ayuntamiento, se abren las puertas al agua.
La catedral, rara en su especie. Me encontré con esta escultura de San Jorge matando al dragón.
Una cosa muy graciosa de esta ciudad son sus señales de tráfico. Esta, evidentemente, está tuneada pero había muchas otras que no y aun así sorprendían por su rareza. ¿Quién iba a pensar que se encontraría con recomendaciones de "dejar de cogerle la mano a los niños pequeños con los que vayas a partir de esta esquina de la calle"?
En el bar de hielo te "regalan" una bebida con vodka y sabor a frutas servida en vasos de hielos cúbicos sobre mesas de hielo resbaladizas. La música, al final, es lo que más ayuda a entrar en calor.
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